PON LUZ A TUS MONSTRUOS DE LA NOCHE

Hay propósitos de año nuevo que sorprendentemente sí se cumplen ¡y me pasó a mí, UAU!  Comencé el 2018 con un proceso de indagación sobre mi sueño, o mejor dicho sobre mis dificultades en torno a él, aprovechando que iniciaba el Máster de Mindfulness del Institut Gestalt e incluía la realización de un trabajo personal que se debía entregar a la finalización del mismo.

Así que,  llevada por el entusiasmo del año nuevo, en febrero de 2018 emprendí mi propia versión de la “Biografía del Silencio” de Pablo D’Ors, todo un retazo para mí: alguien que no le gusta especialmente ni se le da muy bien escribir, además los insight no me suelen ocurrir sobre el papel (dónde me bloqueo con más facilidad); y éstos más bien me suceden caminando por la montaña o conversando con otras personas (eso sí que se me da realmente bien! je je je!). De hecho, un tiempo después, en 2019 me decidí a trabajar mis bloqueos al escribir, pero esa experiencia la reservo para otro relato.

El deseo de luz produce luz.

Hay verdadero deseo cuando hay esfuerzo de atención.

Es realmente la luz lo que se desea cuando cualquier otro móvil está ausente.

Aunque los esfuerzos de atención fuesen durante años

aparentemente estériles,

un día, una luz exactamente proporcional a esos esfuerzos inundará el alma.

Cada esfuerzo añade un poco más de oro

a un tesoro que nada en el mundo puede sustraer.

 (Simone Weil recogido por Pablo d’Ors)

 

A sabiendas de que la pura observación es transformadora, decidí empezar a mirar con ojos nuevos, aunque de reojo, a mi monstruo de entonces: el insomnio. Así llegó mi primera revelación, durante un año pondría luz a mi terror nocturno, algo que me torturaba, desquiciaba y sobre todo me avergonzaba desde hace 10 años.

La idea era bien sencilla: con cada seminario, lectura recomendada, meditación formal o informal… me preguntaría ¿Cómo puede ayudarme esto a dormir mejor?

Y desde esta aparente simplicidad puedo decir que hoy siento que he hecho las paces con el sueño, nos hemos reconciliado al fin ¡y me sienta genial! Tanto que ha nacido en mí la imperiosa necesidad de compartir la experiencia con todas esas personas que siguen sufriendo por el insomnio. Para que luego digan (injustamente) que el Mindfulness te vuelve pasivo.

¿Era mi objetivo llegar aquí? pues NO, no me lo propuse, en gran medida porque no creí que eso fuera posible. Puesto que tenía que observar durante un año, simplemente me dije ¿Por qué no darme esta oportunidad? (para aquel entonces había perdido toda esperanza de superarlo, ni las pastillas para dormir me garantizaban un buen descanso). El paso adelante fue ¡Vamos a ver qué pasa!

¿Era mi deseo llegar hasta aquí? SÍ, eso sí. Pero como un deseo compasivo: algo así como “aunque sepa que el futuro y los resultados no están bajo mi control, tengo en este preciso momento el deseo de liberarme del sufrimiento que me provoca el insomnio. ¡Ojalá pueda descansar bien sin medicación!”

Recogí en varios relatos algunos de los descubrimientos o reflexiones que fueron surgiendo con la practica mindfulness y sus correlatos de cuando llevaba éstos al territorio del sueño. Nada nuevo, ni original ni sorprenden para un meditador/a experimentada ni para alguien que todo lo relacionado con el sueño le resulta fácil. Pero todo nuevo, original y sorprende para una meditadora con insomnio crónico llamada Mónica. Y ésta fue mi historia que andaba guardada en carpetas y que ahora ha llegado su momento de lanzada al universo de las historias compartidas.

Nos reencontramos en ese universo :)


PARTE I · Estrés

 

CAPÍTULO 1. La postura.

 

Uno de los primeros descubrimientos que tienes al practicar meditación formal es que la postura tiene vida propia y se retroalimenta. Tú no tienes que hacer nada, como buena anfitriona, ella misma se activa y te da ese empujón, tantas veces necesario, para entrar una vez más en la práctica.

La meditación empieza justo en el momento en que tienes la intención de meditar y transformas esa intención en una postura.

Si observas lo que sucede en el cuerpo mientras vas adoptando la postura, esa transición, puedes notar los efectos acumulados de la meditación sobre el cuerpo. En mi caso noto un encendido, micro-chispas de electricidad de los pies a la cabeza, como si todas las células de mi cuerpo se despertaran y brillaran de golpe. La mente se detiene para escuchar las instrucciones de la meditación, aunque me llegan ecos de los últimos pensamientos. Brota una exhalación profunda, despojadora de vergüenzas, desnudando mi cuerpo para mostrarme la intimidad y vulnerabilidad de su interior -¡todo está bien!- me digo. La temperatura desciende hasta el frescor del interior de un bosque, hasta la esterilla me parece hecha de musgo, por suerte la manta está ahí para calentar y ablandar el cuerpo. Mi cuerpo, mente y yo estamos listos para empezar.

Cuando adopto la postura de meditar, sea sentada o estirada, estando nerviosa, triste, rabiosa, enferma, eufórica, sea como sea … siempre de algún modo u otro noto que mi cuerpo está vivo. Por un momento deja de ser una máquina de hacer cosas, dejas de HACER para dejarte SER por unos momentos. Sacas el pie del acelerador y paras: Has llegado a tu destino ¡Bienvenida de nuevo a casa Mónica!

He probado a observar los efectos de la postura en todas mis modalidades. Suelo meditar en cualquier parte y en cualquier momento, me gusta permitir que la luz del mindfulness entre por todas las ventanas de mi vida: mientras nado puedo hacer una body-scan, mientras viajo en el bus acompaño la respiración… La clave es tener la intención expresa de meditar y entrar conscientemente en la postura de meditación escogida. Y el cuerpo responde por si sólo. Como cuando la boca saliva al descubrir algo goloso.

Esto es casi imperceptible cuando llevas muy poquito meditando, pero con la práctica acumulada la respuesta se hace mucho más evidente, la postura va adquiriendo horas y horas de estado meditativo. El cuerpo quiere ser respirado, pero también meditado.

Cuando trasladas esto mismo a la postura de dormir te das cuenta de cómo de condicionada está, en mi caso, a respuestas de estrés en lugar de relajación. Dormía de costado hecha una bolita asustada. Quería protegerme de mis pensamientos amenazantes en relación con el sueño: no voy a dormir nada; mañana lo pasaré fatal; será una tortura trabajar sin dormir; me muero si sufro otro ataque de ansiedad durante la noche; otra noche sin dormir y me vuelvo loca; qué más puedo hacer; voy a vivir siempre así; no me lo merezco…

El primer logro fue darme cuenta de esto y el segundo explorar opciones. Comencé a poner en práctica una postura consciente de dormir. Sabía que no debía tener una intención expresa de relajarme, dormirme o de nada por el estilo. Sólo adoptar la postura. La relajación como el sueño se escabullen si los buscas. Y así comencé por explorar posturas. Tantee algunas más de costado no tan cerradas, con cojines.

Sabía que tenía condicionada positivamente la postura estirada boca arriba sobre la esterilla, por lo que seguí por ahí. Los hábitos tienen fuerza “herculeana” por lo que me resultaba sorprendentemente incómoda en la cama (¡cuando en la esterilla estoy divina!). Sentía un deseo imperioso de girarme y hacerme la bola, en posición “fetal”. Me noté desprotegida, como un cadáver frío expuesto en un ataúd. Coloqué mis manos sobre la barriga y me dejé sentir la respiración, sin poner mucha atención, sólo dejándome mecer por el vaivén de la barriga. Aproveché para darme calor y afecto, repasando algunas de las cosas bonitas del día.

En una semana mi cuerpo aceptó la nueva postura. Los viejos hábitos rechazan los nuevos hábitos y lo hacen a través de la incomodidad. Curiosamente, ahora me gusta sentirme incómoda, entiendo que estoy aprendiendo y ¡me encanta aprender!

Cuando cambias la relación con las cosas, incluidas las sensaciones incómodas, te liberas de ellas. Pueden estar o no, pero no tienes por qué hacer nada concreto o específico para que sea diferente. Está bien que estén y que no estén: “Yo soy yo y tú eres tú” como diría Fritz Pels:

Yo soy yo,

Tú eres tú*.

Yo hago lo mío y

Tú haces lo tuyo.

Yo no estoy en este mundo para satisfacer tus expectativas,

ni tú para satisfacer las mías.

Si nos encontramos por casualidad está bien,

si no, no hay nada que hacer.

 

*El tú sería, en este caso, la sensación de incomodidad.